jueves, mayo 31, 2012

Los trabajos de una casa y otras anécdotas


Pues ustedes no están para saberlo (pero yo sí para contarlo) pero ando, otra vez, rodeada de cajas: me volví a mudar. No fue muy lejos el asunto, del DF al área conurbada, a una zona donde ya había vivido.

Toda una serie de eventos inesperados (en serio) nos hicieron tomar la decisión, entre que los niños, obviamente, necesitan espacio vital y además, ya la seguridad en la zona no era ideal precisamente (5 veces se metieron al edificio) y a eso añadirle que estábamos en un espacio pequeño para el tamaño de familia que tenemos y era hasta el quinto piso (no saben qué increíble se siente un temblor de 7.2 allá arriba -es sarcasmo-).

Pero principalmente, quiera uno o no tarde o temprano, cuando eres padre o madre, notas que lo ideal para ellos es que puedan salir a jugar, tener amiguitos "de la cuadra", convivir, aprender a hacer actividades independientemente de uno y no estar el 90% del tiempo en un departamento en medio de la ciudad sin poder salir mucho por falta de tiempo maternal o de espacios para que lo hicieran a sus anchas.

Así que acá estamos. Incluso tenemos, hoy día, una refugiada: Cuca Solovino, una perruna como de 6 meses con un aire a labrador que llegó a poco de que nos habíamos mudado, pidiendo comida. Le dimos asilo con la idea de dársela a algún amante de los perros pero... aún no sale una persona que quiera cuidarla y quererla.

Spotty (atrás) y Cuca.

Y pues mientras son peras o manzanas he tenido que pasearlas yo, porque mi marido tuvo una linda fractura de metacarpo -lo de lindo es un decir- tratando de agarrarse en un transporte público cuyo chofer arrancó sin importarle quién se hubiera sostenido o no :/

Ha sido la locura, tanto en readaptarme a tener que cuidar una casa con todo lo que implica como a poner reglas a los niños y a cuidar y mantener bien a este par de perrunas. A eso, agréguele cosillas que pasan diario que a veces muestran que algunos pueden ser intolerantes aunque tú trates de ser amable. Les cuento.

Salgo a la calle con las dos perrunas, una de ellas jalándome a todo lo que daba (o sea, la chiquita, desesperada) y la otra más leve. No vi a nadie en el camino, así que salí. Comienzo a caminar en dirección al parque y escucho atrás de mi, pero como a 6 metros, una voz, pero como estaba cuidando que las caninas no dejaran algún "adornito" y con bolsa lista por si se diera el caso, no hice mucho caso.

Ya que la voz comenzó a ser más cercana, orillé a las caninas (las pongo siempre tras de mí, paradas en el pasto, a esperar que pase la gente por la  acera, que en esta zona es ancha). Ya como a 3 metros, veo quién era la persona que iba a pasar y noto a un padre de familia, con voz "indignada" y "justiciera", diciéndole a su hijo como de 5 años: "vámonos por este lado, es más seguro, porque parece que los perros son más importantes que las personas".

Lo primero que pensé fue: "Ok, esto es romper récord, 8 de la mañana y ya alguien quiere amargarme el día" (con algo de risa interna, creánme) y luego decidí no quedarme callada. Así, al otro lado de la calle, le grité "Te estaba dando el paso". El tipo se hizo un segundo el loco, luego sí me volteó a ver y le repetí lo mismo, palabras más o menos.

El tipo siguió con su hijo y se fue. Yo me pregunto, ¿cuesta mucho decir: "con permiso, voy a pasar" y ya entonces, si no se lo hubiera dado, enojarse con todo derecho? ¿Es necesario ser pasivo-agresivo para obtener lo que supone le voy a arrebatar -su derecho de paso-? Sin duda, algunos necesitan una tacita de té de tila antes de salir a la calle.

Lección que todos deberíamos (algunos más que otros) aprender: Si quieres algo no asumas que otras personas "no te lo van a dar" o "te lo arrebatarán/arrebataron" por mala leche, aplicada específicamente contra ti. Quizá esa persona (como fue mi caso) ni siquiera ha notado que estás ahí y simplemente debes pedirle lo que necesitas. En pocas palabras, si no hay necesidad, no seas imbécil.